Todos sabemos que a una hora en coche desde Sevilla se
encuentra la ciudad de las siete torres, llamada también la sartén de
Andalucía, pero pocos sabíamos de su encanto y riqueza cultural.
Después de proponerlo varias veces por fin el jueves 16 de
abril de 2015, nos fuimos a visitarla. En la puerta del Palacio de Benamejí nos
acogió Francisco Fernández Pro, un ecijano de adopción, amante de la ciudad y
empapado de su historia, para darnos una visión global empezamos por la visita
del museo histórico en el palacio donde nos encontrábamos.
La prehistoria, la protohistoria y la historia están
presentadas en las salas con sencillez didáctica, ya que son visitadas por
numerosos escolares de la comarca.
Tienen expuestas piezas significativas fenicia, tartésica y
sobre todo romana ya que la Astigi romana, fue una de las cuatro provincias en
que se dividió la Bética romana, situada a orillas del Genil, navegable en
aquella época hasta su desembocadura en el Guadalquivir y a través de este
hasta el mar.
Millones de cantaros de “oro liquido” fueron transportados
por esa vía hasta el centro del Imperio en ánforas de arcilla, elaboradas por
los alfareros astigitanos.
La figura estrella del museo es la “Amazona herida” que
apareció recientemente recostada y con los pies cortados en el subsuelo de la
plaza de España, restaurada con maestría hoy luce airosa su cuerpo musculoso
bajo la transparencia marmórea de su corta túnica. Ente los mosaicos expuestos destaca
uno, “El cortejo de Baco”, con todos los atributos de este dios del vino,
elaborado con pequeñas teselas con gran maestría y una impronta de serenidad
que emanando del mosaico contagia al espectador.
Del museo pasamos al Casino de los Artesanos, con un grandioso
salón multiusos y paredes recubiertas de azulejos antiguos, de excepcional
belleza.
Pasear por la ciudad, también tiene su encanto, el centro
con sus calles estrechas, con sus casas grandes y palacios blasonados, las
hornacinas con santos y las columnas incrustadas en las esquinas para protegerlas
de las ruedas de los antiguos carros. Y que decir de las torres barrocas y
espadañas con cigüeñas que aparecen cuando menos te lo esperas.
En el restaurante el Genil compartimos un cocido cofradiero
y algunas cosillas más, rematado con tocinillo de cielo. Después del café
seguimos paseando la ciudad hasta la calle del balcón largo, allí contemplamos
la fachada del Palacio de Peñaflor ahora cerrado esperando ser restaurado.
En la Iglesia del Valle, inacabada pudimos ver el sarcófago
romano del siglo IV, que sirve de altar, con sus grabados bíblicos bien
conservados.
El convento de las carmelitas de fachada anodina, sorprende
su interior, por la gran riqueza del barroco retablo mayor y las pinturas
murales, así como un magnífico órgano de cuatro caras, difícil de encontrar en
otros lugares. En esa bombonera, como la llaman los lugareños, escuchamos el Canon
en Re mayor de Pachelbel, que tocaron para nosotros unos estudiantes de música,
allí estaban ensayando.
En la parroquia de Santa María vimos el mini museo esparcido
por su claustro y en la sacristía la cabeza de Germánico, que fue encontrada
por un campesino cuando araba y se la entregó a su párroco, hoy es visitada por
los turistas, sobretodo germánicos que recibieron su nombre de ese capitán
romano, aunque ahora se llamen alemanes.
Terminamos el paseo en el Salón, con sus casas miradores y
su ayuntamiento en restauración y en el subsuelo hoy aparcamiento subterráneo,
aparecieron importantes tesoros arqueológicos, parte aún en estudio y que darán
sin duda para llenar otro museo. Por la calle Nueva, eje principal de la Astigi
romana y de la nueva Écija nos dirigimos a los coches, contentos de haber
conocido más a fondo la ciudad vecina, rica en historia y agradable en su
contacto, gracias a la vida que nos permitió ir y a Paco que nos transmitió su
entusiasmo por esa ciudad con encanto.
Fdo.: Blanca
Andakana Mayor
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